Llegue a mi casa con compañia (evangeline)

Asentí cuando dijo que alguien más vivía en aquella casa.

- Y... ¿qué te gusta hacer? -le pregunté, mirándolo con curiosidad y sonriendo levemente. Guardaba la cajita en la mochila de nuevo.

Arrugué un poco la nariz mientras escuchaba lo que decía. - ¿Heridas? ¿Y no te da miedo la sangre? -le pregunté mirándolo, en mis ojos se podía ver que lo veía como una persona muy valiente. Cuando, hacía dos días, me desperté en el bosque, con dolor en la cabeza, me llevé la mano a ka cabeza y noté la sangre... luego la miré, era roja... y de pronto me di cuenta de que ese color era el que más odiaba de todos y la sangre algo que me daba miedo.

Puse una pequeña carita de tristeza con cierto punto de miedo al recordar aquel momento que tanto había odiado y en el que tan mal lo había pasado. Inconscientemente me volví a llevar la mano a la cabeza, donde todavía tenía la pequeña herida pero que ya no sangraba... o eso parecía.

Escuché su respuesta y cuando me dijo de curarme la herida fui a hablar, para decir que no. Abrí la boca un poco pero luego lo pensé mejor. Dijo que le gustaba ayudar a las personas y curar era una manera de ayudar... Asentí con la cabeza suavemente - Va-vale. -dije tartamudeando levemente, con mis mejillas que se volvían un poco más rojas.

Estaba sentada en la silla, recta como si estuviera sentada en un piano. Miré a Alastor sin saber qué hacer en aquel momento, nunca me habían curado... bueno, que yo recordara.

Lo miré mientras se acercaba, manteniendo la vista fija en él, sonrojándome todavía más cuando sus manos tocaron mi cabeza. Cerré los ojos un momento, como preparándome por si dolía hasta que escuché lo que dijo de la luz. Lo miré con curiosidad cuando de sus manos salía un resplandor blanco, aquella luz que dijo. Me sorprendí de que no doliera, o al menos a mí no me dolía, mirando su sonrisa y yo sonriendo ampliamente cuando se separó. Llevé mi mano de nuevo a la herida, pero no la encontré.

Lo miré sorprendida, con mis ojos azules cual cielo despejado abiertos de par en par. Seguramente aquel azul claro de mis ojos contrastaban con el rojo carmín de mis mejillas. Sonreí ampliamente - ¡Gracias! -me levanté, yendo hacia él y lo abracé cariñosamente. - Ha si-sido increíble.

- ¿M-más gua-guapa?

Lo miré sonrojada y escondí mi cabeza en el hueco entre su cuello y su hombro, sonrojándome cada vez más y abrazándolo sin soltarlo. Me gustaba estar así, se estaba muy bien además de estar tranquilos. Sentía mis mejillas casi ardiendo.

Cerré los ojos y suspiré suavemente - Gracias, Alastor... no sabes cuánto te lo agradezco... -dije en un susurro mientras me quedaba abrazada a él, sintiéndome bien y protegida. Casi como si estuviera en casa... más bien dicho en mi hogar. Era una sensación gratificante - Yo... no sé cómo devolverte todo lo que has hecho por mí... -susurré, me sentía algo mal porque él había hecho mucho por mí y yo nada.

Miré a Alastor y le sonreí ampliamente - ¡Lo haré! Seré feliz y seré yo misma... y me quedaré aquí todo lo que quieras para hacerte compañía y que tú también estés feliz -dije riendo suavemente-. Y si algún día me voy... te vendré a ver cada día, ¡te lo prometo!

Sonreía ampliamente mientras lo abrazaba, mirándolo a los ojos, feliz porque él quería que yo fuera feliz... eso era raro. Y no recordaba cuándo había sido la última vez que fui feliz de esa manera, quizás hubo una o quizás no... pero lo importante era el presente, ¿verdad? Y hasta que no recordara todo... aquel sería el mejor recuerdo que tendría. O quizás uno de los mejores.

- ¿Cuándo es tu cumpleaños? -le pregunté con curiosidad-Cuando sea... tengo que hacerte un pastel muy grande de... ¿chocolate? -sonreí dulcemente.- ¡Y lo celebraremos!

- ¡Entonces el 2 de junio te haré un pastel! -dije felizmente, aunque no sabía hacer pasteles... bueno, todo se aprendía, ¿verdad? Y todavía quedaban bastantes días, semanas, meses, para su cumpleaños: así que no debería preocuparme.

- Y... cumplirás veinte si no recuerdo mal, ¿verdad? -pregunté para estar segura.

Lo miré sorprendida.

- ¿En nuestra edad? No comprendo... -susurré mirándolo, todavía lo abrazaba. Tuve que pensar un momento, recordando la fecha que ponía en la tarjeta aquella que llevaba con mi nombre - Pues... el nueve de febrero -respondí sonriendo ampliamente.

Sonreí dulcemente - No es necesario que lo recuerdes para darme un regalo...

Lo escuché atentamente, sorprendida. Vaya... sí que no aparentaba 100 años, ¿quién lo diría? - Cien años... eso es ... ¡buf! Muchísimo, ¿no? Seguro que has visto y aprendido muchas cosas -dije sonriendo ampliamente. Lo abracé ligeramente más fuerte, como no queriendo separarme de él.

Lo miré interesada y sorprendida, todavía me costaba creer que tuviera cien años, aunque tratándose de un ángel; a lo mejor era normal, ¿no?

- ¿Cómo era todo cuando eras pequeño? -le pregunté sonriendo, con curiosidad.